Religión, el Cinturón Bíblico y el Sur moderno (parte II)



A modo de claves para entender el Sur de El Cantante de Gospel de Harry Crews

Religión, el Cinturón Bíblico y el Sur moderno (parte II).
por Thomas Daniel Young 
(Profesor de Inglés en la Universidad de Vandelbilt y oriundo de Mississippi. Ha escrito artículos para la revista Swanee)
Traducción de Alicia Escovar Gómez.

Quienes hayan leído El Ruido y la Furia de William Faulkner, recordarán el sermón del reverendo Shegog, el ministro invitado de Saint Louis, en la iglesia bautista negra el 8 de abril de 1928, domingo de Pascua:

 Cuando el visitante se puso de pie para decir su sermón, sonó como cualquier hombre blanco. Su voz era ecuánime y fría... La gente comenzó a observarlo como si estuvieran viendo a un hombre en la cuerda foja. Incluso llegaron a olvidar lo insignificante de su figura ante el virtuosismo con el cual corría, subía y bajaba con su voz fría, acerada y sin inflexiones, de tal manera que cuando finalmente volvió a aparecer junto al atril donde estaba leyendo, se deslizó, y quedó de pie, con un brazo a la altura de los hombros y su cuerpo de simio tan desprovisto de movimiento como una momia o una vasija vacía, todos los asistentes lanzaron un enorme suspiro y se reacomodaron en sus sillas, como si recién despertasen de un sueño colectivo…
Luego una voz dijo: “Hermanos”… la voz murió en sonoros ecos entre las paredes. Entre su tono de ahora y el anterior había una diferencia como entre el día y la noche, y su voz ahora tenía un timbre alto y lastimero como el de una corneta de tono alto, que penetraba en sus corazones y retumbaba de nuevo donde mismo había desaparecido en ondulantes ecos.

Luego el reverendo Shegog comenzó a pasearse a lo largo y ancho de la tarima, murmurando primero y luego alzando gradualmente su voz hasta terminar casi gritando: “¡Tengo el recuerdo y la sangre del Cordero!”. La congregación se mantuvo atenta a cada uno de los movimientos del ministro hasta que este “no era nada, ni ellos tampoco, y no se oía ni una voz, sino una congregación de corazones que se hablaban entre sí en cantos espirituales más allá de las palabras”. Tras pocos segundos emanó de la iglesia “un quejumbroso suspiro” y una voz de soprano que decía: “¡Sí, Jesús!”. Luego, cuando todos y cada uno de los asistentes devoraban cada palabra que decía el ministro, este alcanzó rápidamente el clímax de su sermón, el punto al cual los había guiado cuidadosa y seguramente como quien dirige una orquesta sinfónica y la congregación, los miembros de su orquesta, seguían una partitura: “¡Lo veo, hermano! ¡Lo veo! ¡Veo la luz cegadora! Veo el Calvario, con sus sagrados árboles, veo al ladrón y al asesino y su final. Oigo expresiones de vanidad y orientación. ¡Si tú eres Jesús, libérate de tu árbol y anda! Oigo los quejidos de las mujeres y las lamentaciones de la tarde que cae; oigo los sollozos y los llantos y veo a Dios voltear la cara. ¡Han matado a Jesús; han matado a mi Hijo!”. Y la congregación responde: “Mmmmmmmmmmmmmmmm, ¡Jesús! Ya veo. ¡Oh, Jesús!”. Durante toda esta función Dilsey, la sirvienta negra de los Compson, quien ha traído a la ceremonia a Benjy Compson, un idiota de treinta años de edad, “permaneció sentada, derecha como un riel… llorando copiosa pero quedamente ante el fortalecimiento y la Sangre del recordado Cordero”.

Martin Luther King, Jr.

Aquí Faulkner no sólo describe los patrones y los ritmos básicos de muchos sermones bien conocidos, incluyendo el de aquel conocido como “Tengo un Sueño” del reverendo Martin Luther King, sino que describe, con poca flexibilidad y sin permitirse variedad alguna en los detalles, la experiencia que se vive todos los domingos en las iglesias de decenas de sectas fundamentalistas a lo largo y ancho del Sur. Los miembros de algunas de estas iglesias demuestran la verdad de su fe manejando serpientes venenosas, tomando dosis letales de estricnina y rehusando los servicios de los médicos. En otras congregaciones, los fieles proclaman con pasión su conciencia de “la sangre del recordado Cordero” con convulsiones (llamadas “sacudidas”) y gritando en la “lengua desconocida”. No hay ningún movimiento formal de tipo religioso, ninguno que yo conozca, por lo menos, que esté de acuerdo con Jed Tewksbury, el protagonista de la última novela de Robert Penn Warren, Un Sitio a Dónde Llegar (1977), quien opina que aceptar el dogma de cualquier iglesia organizada es “ir contra la historia intelectual del mundo occidental desde el Renacimiento”. Y sospecho que muy pocos aceptarían la afirmación que hace Ramson en El Cuerpo del Mundo (1938) en el sentido de que “la religión es una institución que existe por sus rituales más que, como pretenden hacernos creer, por sus doctrinas”. Pero no todas las iglesias del Sur son fundamentalistas, pocos metodistas gritan ya, y la mayoría de las sectas protestantes reconocen la importancia del rito y la tradición para hacer que sus doctrinas sean más atractivas para sus seguidores.
Robert Penn Warren en su escritorio.
Una importante escritora moderna del Sur (y oriunda de Georgia como el Presidente Carter) insistía, según Pascal, en que ella creía en “el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, y no en el de los filósofos ni en el de los eruditos. Este es un Dios ilimitado, que se ha revelado en forma específica. Fue el Dios que se hizo hombre y resucitó de entre los muertos”. Aunque el señor Carter sea bautista y Flannery O’Connor católica, yo creo que el señor Carter encontraría esta afirmación de la señora O’Connor totalmente compatible con sus propios puntos de vista; el “Dios ilimitado que se revela en forma específica” y en el cual cree la señora O’Connor es el que le ocasionó su “renacer”. Aunque algunos de los relatos más conocidos de la señora O’Connor (y sus obras han sido muy leídas en los Estados Unidos) tienen sus raíces en el dogma ortodoxo de la iglesia cristiana, su ingenioso manejo de los hechos evita que sus obras sean didácticas. Pocos autores de su generación, indistintamente de su origen, han logrado crear personajes más arrebatadores que ella (una locuaz abuela que alcanza el momento más grandioso de su vida cuando le llega la muerte; una doctora de treinta años que trata de seducir a un vendedor de biblias, supuestamente ingenuo, que tienen apenas algo más de la mitad de su edad; un reparador ambulante, manco de un brazo, que se casa con una mujer sordomuda y casi ciega, para después abandonarla y quedarse con un carro de un modelo de hace casi veinte años). Sólo la lectura muy detenida de las historias en las cuales aparecen estos personajes, y de muchas otras de sus historias, podrá revelar el “mensaje” cristiano que llevan. Pero allí está, oculto detrás de uno de los estilos más pulidos y sofisticados que existen en la literatura norteamericana del siglo XX. Una vez, al preguntársele por qué llena sus historias con personajes extravagantes como los descritos anteriormente, o por qué colocó a esos seres humanos en situaciones y en ambientes tan grotescos, respondió: “ Cuando uno puede suponer que su público comparte sus creencias, uno puede relajarse hasta cierto punto y utilizar una forma normal de comunicarse con ese público; cuando uno debe aceptar que su público no comparte para nada sus ideas, entonces una tiene que transmitir sus puntos de vista a través del shock (a quienes son duros de oído hay que gritarles, y a quienes son casi ciegos hay que arrojarles figuras grandes y llamativas)”. Como lo sugiere O’Connor, el uso de los personajes retorcidos y grotescos, así como la inclusión de incidentes horribles y aterradores, no es un fin en sí, sino simplemente una manera de demostrar el viaje tan peligroso que debe hacer el hombre a través de este mundo. Bajo esta superficie rara y sorprendente, su trabajo no tiene tregua, en cuanto a su insistencia sobre los hombres imperfectos que sólo reflejan la imperfección del mundo en que viven. La única forma de salvarse es a través de la gracia redentora de Jesucristo. Este tipo de credo ha prevalecido en el Sur para protestantes y católicos por igual, y ha llevado a la región a ser conocida como “El Cinturón de la Biblia”. Esta es la misma región que vio nacer a Jimmy Carter, quien estaría de acuerdo con Flannery O’Connor en que el hombre sólo podrá recuperar su inocencia perdida mediante la redención que le brinde su participación en el convencimiento de un Cristo muerto y resucitado.

Flannery O´Connor


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