La Internacional Situacionista: el escándalo de la comunic-acción

Novena entrega de la selección de textos que estamos subiendo al blog de Los situacionistas de Mario Perniola, que hemos reeditado en Acuarela. Este fragmento corresponde al epílogo del libro, donde Perniola ofrece una valoración más global de los situacionistas y un recorrido personal de su encuentro con el movimiento.

Los situacionistas no fueron nunca un grupo clandestino. Eran los autores de una revista que se encontraba en algunas librerías y quioscos de periódicos, exclusivamente en Francia, y formaban un grupo cerrado en el que se entraba por cooptación. No se reconocían en absoluto en el término «experimental» y por eso no tenían nada que ver con las neovanguardias literarias y artísticas de los sesenta, ante las que ellos se posicionaban radicalmente en contra. Tampoco desarrollaban actividades de agitación o de proselitismo. De hecho la cuestión central para ellos era el retraso de la teoría con respecto a la realidad, la falta de una toma de conciencia revolucionaria por parte de personas y de grupos que se comportaban ya de manera insurreccional.

Entre los movimientos políticos extremistas y los situacionistas existía también una gran diferencia. Los primeros se sitúan en la perspectiva de la acción política, en el gran mito que se remonta al Renacimiento y que ha constituido el aspecto esencial de la modernidad. Ya Hannah Arendt, en el libro La condición humana (1958), había previsto la desaparición de la posibilidad de la acción. A lo largo de los siglos XIX y XX, la sociedad entera se transformó en sociedad de trabajo: la noción de uso fue sustituida por la de consumo. Hannah Arendt, que escribe en los años 50, prevé los desarrollos sucesivos de este proceso. Poco a poco las personas son expropiadas también de su propio trabajo, que desde los primeros siglos de la modernidad había constituido su única posesión y actividad: la sociedad entera se transforma en una sociedad de consumidores, esto es, en una sociedad de trabajadores sin trabajo. Su comentario al respecto es: «¡Ciertamente no podría haber nada peor!». Aquí Arendt es categórica: la sociedad de consumo es «el paraíso del chiflado».

El lugar de la acción es ocupado por la comunic-acción. Los situacionistas fueron excelentes comunicadores. Pero el mito de la acción sigue obsesionando
la mente de los revolucionarios de los años sesenta y setenta, y no sólo de los así llamados «militantes de base», sino también de los maitres-à penser de la época. En Francia hay una figura que encarna por excelencia el mito del pensador de acción, André Malraux, al que mayo del ’68 sorprende ejerciendo de ministro de cultura. Hay que leer su discurso del 20 de junio de 1968: Malraux, el hombre de acción por excelencia, resulta mucho más lúcido que sus opositores.

Aquellos que en el post-68 siguieron el mito de la acción terminaron necesariamente en la lucha armada y en el terrorismo. ¡Pero la ironía de la historia hizo que tuvieran un gran estilo como comunicadores!

En los años setenta se aprecia en Inglaterra una influencia importante y no prevista de los situacionistas con el nacimiento del punk inglés. Esto es algo que está bien documentado en el libro de Greil Marcus, Rastros de carmín: una historia secreta del siglo XX, que me parece muy importante para entender el modo en que el movimiento situacionista es recibido con interés por parte de la cultura alternativa de los años noventa. Si bien es cierto que dicha recepción deforma en gran medida la realidad histórica de la figura de Debord y de la Internacional Situacionista, permite comprender el vínculo entre la insurrección situacionista de los años sesenta y los movimientos radicales de los noventa.

Hablando ahora más personalmente, después del encuentro de Cerisy escribí a Debord, que me mandó gratuitamente todos los números de la Internacional Situacionista publicados hasta entonces. Así que me pasé el fin del verano y todo el otoño de 1966 estudiando la revista. Traté de dar a conocer sus tesis en Italia, encontrando una fuerte hostilidad, ya fuera por parte de la propia revista en la que por entonces colaboraba («Tempo Presente», que dejó de publicarse poco tiempo después), ya fuera en el seno de Nuovi argomenti (no por parte de Alberto Moravia, que me había invitado a colaborar, sino por parte del otro director de la revista, Pier Paolo Pasolini, que inmediatamente escribió una poesía contra mí y poco después sería asesinado –¡no a manos mías en un duelo!). Al mismo tiempo me dediqué al estudio de la tradición revolucionaria de la cual la IS se declaraba heredera, que era la de la Comuna de París, el movimiento de los Consejos Obreros, Pannekoek, Gorter... hasta llegar a Socialismo o Barbarie, de cuya revista conseguí hacerme con la colección completa.

A fines de noviembre de 1966 tuvo lugar el escándalo de Estrasburgo. Junto con otros dos compañeros italianos cogí el coche y nos plantamos allí a toda prisa, con la idea de tratar de enterarnos de lo que pasaba. El primer situacionista que conocí fue por eso el único que estaba presente en aquel momento en Estrasburgo, Mustapha Khayati, a quien volvería a ver en otras ocasiones. De él he apreciado siempre la honestidad, la finura y el garbo de su manera de ser, por no hablar de la agudeza de sus análisis históricos. Sólo recientemente he vuelto a tener noticias suyas, de forma imprevisible e indirecta. Espero que no haya sufrido demasiado en su vida.

Nosotros, los tres italianos, estábamos ya muy desconcertados por lo que estaba pasando, pero lo estuvimos todavía más cuando nos topamos con los documentos que nos facilitaron en los días sucesivos, tanto los estudiantes de Estrasburgo como la propia IS. Mis dos amigos italianos tomaron otros derroteros, pero yo fui profundizando mis relaciones con los situacionistas, con los que me encontraría primero en París y luego en Bruselas, en el verano de 1968. Se habían refugiado en la capital belga para guarecerse de eventuales persecuciones y para escribir el libro sobre el movimiento de Mayo, que firmaría Viénet. Como he escrito en el libro, las relaciones con los situacionistas no podían ser más que «históricas», es decir, no había espacio para las virtudes amables y para los sentimientos personales. El hecho de que el grupo estuviera basado en una cierta intercambiabilidad de sus miembros tendía a poner entre paréntesis y a suspender (en el sentido que la fenomenología de Husserl da al término epoché) toda característica subjetiva. En realidad, tal y como he mostrado también en el libro, las cosas no eran realmente así y ésa fue una de las contradicciones principales que llevaron a la disolución del movimiento.

Entregas anteriores de Los situacionistas
El escándalo situacionista
La subjetividad radical situacionista
Vida y supervivencia
El desvío
La superación del arte
Hacia un cine situacionista
La última vanguardia del siglo XX
Los orígenes de la Internacional Situacionista



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